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La señora Talbot sentíase distinta, como ante una espantosa revelación. ¿Era la luz atlántica, el sol, el mar, todas esas cosas vibrantes las que, actuando cotidianamente sobre el alma de aquel hombre de acero, lo habían cambiado? ¿Era un marido inglés? ¡No podía serlo! Y al mismo tiempo que Mrs. Talbot descubría este mundo insospechado en su marido, sentíase ella también de un modo nuevo, con un ardor distinto. La espalda se le erizaba cálidamente, los senos querían romper las suaves prisiones del corpiño. (es) |