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Para subrayar mi repulsa por las estupideces de la guerra, yo había hecho, al igual que un sacerdote se obliga a la castidad, voto privado de fidelidad a una imaginaria república de humanistas que para mí representaba la lucha por la vida contra la muerte y la paralización. Figuras como Giordano Bruno, Erasmo, Rabelais y Montaigne presidían los destinos de mi repñublica de las letras. Entre sus santos recientes clasificaba a Shelley, Stendhal, Flaubert y posiblemente Walt Whitman y Rimbaud. (es) |