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Existen dos extremos, oh discípulos, que el hombre que ha renunciado al mundo no debería seguir: uno es la práctica habitual de las cosas cuya atracción depende de las pasiones, y especialmente de la sexualidad —que es baja, innoble, indigna, vana, adecuada sólo para aquellos aferrados a las cosas terrenas— y el otro es la práctica habitual de la maceración, que es dolorosa, indigna y vana. Hay un camino que pasa por el medio, y evita los dos extremos el camino que abre los ojos y la inteligencia, que lleva a la paz de la mente, a una más alta sabiduría, a la iluminación total, al Nirvana. (es) |