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En uno de los hospitales de Cremona, dijo un médico italiano: "Reservamos lo bueno para nuestros amigos del ejército aliado, damos a nuestros enemigos lo estrictamente necesario y, si mueren, ¡peor para ellos!", añadiendo, como si quisiera disculparse de estas bárbaras palabras que, según informes de algunos soldados italianos que habían regresado de Verona y de Mantua, los austríacos dejaban morir, sin socorrerlos, a los heridos del ejército franco-sardo; a lo que una noble dama de Cremona, Condesa , prestaba, de todo corazón, servicios en los hospitales; se apresuró a manifestar su desaprobación diciendo que ella asistía con la misma solicitud a los austriacos y a los aliados, y que no hacía diferencias entre amigos y enemigos, "porque.." -añadió- "...nuestro Señor Jesucristo no hizo tales distinciones cuando se trataba de hacer el bien. (es) |