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Don Nicolás María Rivero, que jamás aceptó ninguna cruz y tenía las extranjeras olvidadas en el último cajón de su cómoda, decía que a todo español, en el momento de nacer, se le deberían adjudicar todas las cruces grandes y chicas del orden civil, y luego írselas quitando a medida que en el desarrollo de la vida fuese adquiriendo méritos. De este modo al llegar a los puestos más eminentes y al adquirir toda la gloria posible, se le despojaría de la última insignia, y la historia diría de él: “Para que se comprenda lo que valía Fulano baste decir que no le quedaba ya ninguna cruz.” Con esta burlesca paradoja expresaba aquel hombre tan ingenioso su escepticismo en materia de honores condecorativos. (es) |