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Todos los niños sufríamos, entonces, y teníamos unas pesadillas horribles. El sentimiento de culpa durante el franquismo era horroroso. Hubiéramos podido ser tan felices sin él, nos robaron una infancia feliz. La religión y las costumbres ancestrales marcaban el único camino que seguir y, fuera de él, sólo quedaba el infierno. A los miedos infantiles naturales, a la oscuridad o al abandono, añadíamos el miedo al infierno, terrorífico. Recuerdo con horror el descubrimiento de unas postales eróticas y lo que llegó a atormentarme, tuve hasta fiebre, creía que me saldría una joroba como condena. (es) |