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Desde un punto de vista científico me enseñó no sólo toda la biología molecular que después pude desarrollar en España, sino también el modo de investigar. Él me enseñó, por una parte, a ser rigurosa, y por otra, a tener imaginación, aunque parezca paradójico. El investigador tiene que ser muy riguroso con los experimentos que hace, con las conclusiones que obtiene; no se puede inventar las cosas. Aunque por otro lado, hay que tener imaginación para diseñar los experimentos, para interpretar los resultados adecuadamente, para pensar más allá de lo que uno saca del día a día, porque si no, sería muy aburrido carecer de la imaginación suficiente para pensar en nuevas estrategias, en nuevos experimentos. Humanamente, Severo Ochoa me trasmitió la gran dedicación, la ilusión por la investigación, lo que él llamaba la emoción de descubrir. (es) |