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La tolerancia es por excelencia una virtud negativa. El principio superior al cual convendría recurrir, debe de conjugar toda la permisividad de la tolerancia sin su frialdad habitual y toda la fecundad de la fe sin su estrechez o frecuente intransigencia. Entre la tolerancia y la fe hay lugar para el respeto mutuo. Y precisamente el respeto mutuo conviene a las sociedades democráticas en tal medida que apenas pueden prescindir de él sin caer en la anarquía. Exigir fraternidad a los hombres es exagerado. La fraternidad es para los ángeles. Pedir a los pueblos que se amen los unos a los otros es una manifestación de infantilismo. Pedirles en cambio que se respeten, no es ninguna utopía. (es) |