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Este mundo nos pertenece, se dicen los Americanos todos los días; la raza india está llamada a una destrucción final que no se puede impedir y que no hay que desear retardarla. El cielo no los ha hecho para civilizarse, es preciso que mueran. No haré nada contra ellos, me limitaré a proporcionarles todo lo que deba precipitar su pérdida. Con el tiempo, tendré sus tierras y seré inocente de su muerte. Satisfecho de su razonamiento, el americano se va al templo donde oye a un ministro del Evangelio repetir cada día que todos los hombre son hermanos y que el Ser eterno que los ha hecho a todos del mismo molde le ha dado a todos el deber de socorrerse. (es) |