so:text
|
Luego subimos más por la ciudad hasta la casa del Greco, aún conservada con su jardín en declive; una pequeña villa íntima, bella y enmarañada, llena de flores muertas y guías tontos». «colores que yo nunca había visto, morados supurantes, verdes lima, amarillos amargos; los cráneos alargados de los santos y sus párpados hundidos, los ojos revestidos de abnegaciones extasiadas, miembros y rostros estirados hacia arriba como capiteles en ascenso, ropas parpadeantes igual que llamas afiladas. Comparados con las pinturas de carnes robustas que había visto en Madrid, aquellas parecían reducidas al hueso enfebrecido. (es) |