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¿La amaba Talbot? ¿La amaba más que a Edith? Parecía que no la besaba nunca. No se le notaba que la besaba. Tenía los labios fijos, sin huella de vibración, como si no se hubieran despertado jamás por un beso. Mr. Talbot abriría, sin duda, el corpiño de su mujer como abría los sobres yankees. Se acostaba con ella oficinescamente y, si allá en el recóndito rincón de su alma la guardaba amor, la estridente inglesita no era, no podía ser sino una de las tres horas fijas de Talbot: la hora del té, la hora del lunch, la hora del amor. (es) |