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El idioma es un fenómeno espiritual lleno de sorpresas. Como todo fenómeno espiritual, se cumple en la mayor libertad. Lo que suele cambiar con el tiempo no es la lengua, sino el lenguaje; no es el idioma, sino su timbre, si podemos hablar así. Cervantes, despertando de pronto, nos entendería muy bien, salvo una docena de neologismos, y no poco se asombraría de la casi identidad del castellano, del Siglo de Oro acá. Sobre todo, de cierto castellano. Jamás leeremos la Celestina sin maravillarnos de lo muy cerca que nos queda en lo verbal, bien que nos quede tan lejos en el tiempo. Verifiquemos un hecho. Cambia en el río del idioma el color o la temperatura de las aguas; el agua misma, no. (it) |